Fletcher Hanks, el autor secreto de la era dorada del cómic norteamericano

En los años 30, la historieta de EE.UU. brillaba y vivía su gran momento con los recién nacidos superhéroes que llegaron hasta nuestros días. Pero algunos personajes, y sus autores, no alcanzaron la trascendencia de Superman o Batman. Uno de ellos fue Fletcher Hanks, y sus criaturas que se perdieron en un extraño olvido: es que el autor era raro, pero era quizá genial. Hanks trabajó mucho, pero sólo entre 1939 y 1941. ¿Qué pasó después? La respuesta, sórdida y trágica, se encuentra en dos libros de reciente edición que cuentan la historia de este misántropo que pudo haber sido una leyenda a la altura de Will Eisner pero desapareció sin dejar rastro.

Por Juan Manuel Domínguez



Alguna vez le preguntaron al historietista Charles Schultz, el papá de la icónica Peanuts, por qué Charlie Brown, el amo cabeza oronda de Snoopy, fracasaba siempre a la hora de pegarle a la pelota de fútbol americano. Schultz respondió: “La felicidad no es divertida”.

Lo extraño no es tanto que aquel que hizo de la historieta un refugio cálido y una obra maestra, no crea en la felicidad: duele su certeza; y la tabla de mandamientos historietísticos (los cómics canonizados como Maus, Persepolis, Watchmen) siempre apuntaron al otro polo, nunca a la felicidad. La cuestión es qué pasa cuando esa idea de que “la felicidad no es divertida” engendra un ser grotesco, atrofiado en sus músculos, brutal en su poder, que expande radiactivamente esa infelicidad a cada rincón de las viñetas y de la vida de su autor y del período que intentó contenerlo.

La respuesta es Fletcher Hanks Sr., acaso un genio oculto, uno de los mayores autores de cómics secretos de la explosión editorial de fines de los 30, virtualmente desconocido hasta hace muy poco, hasta el momento en que Paul Karasik encontró y recopiló las historietas que produjo durante un muy breve período.

Cualquier vecino de Krypton sabe cómo es el asunto de los supertipos, alguna vez containers anabólicos de statu quo y hoy objetos de devoción y revisión por parte de sus fieles: el puntapié inicial fue Superman y su debut en el número uno de la revista Action Comics, lo que transformó aquel 1938 en año cero del superhéroe. Superman definió parámetros de ortodoxia y alternatividad. Pero la sorpresa con la que el investigador y compilador Karasik desafió al mundo es otra: ya había otros nombres ridículos intentando salvar al mundo de situaciones absurdas. Y uno de los responsables de esos nombres, como El Súper Brujo Stardust o La Mujer Misteriosa de la jungla Fantomah era, en aquel momento de la llamada Edad Dorada del cómic americano, Fletcher Hanks Sr.


Hanks es el doble misterio que Karasik compila y devela por partida doble en los libros I Shall Destroy all the Civilized Planets (“Destruiré todos los planetas civilizados”) y el más reciente You Shall Die by Your Own Evil Creation (“Morirás a manos de tu propia creación diabólica”). Hanks fue un misterio no sólo porque sus historias eran demenciales (basta con ver una viñeta para darse una idea de su intensidad y de la manera en que distorsionaba los códigos genéricos y pictóricos, de aquella y cualquier época); el mismísimo Hanks era la gran pregunta.

¿Por qué extraña razón este empleado del estudio de Will Eisner –el legendario padre de The Spirit–, que fue una anomalía en su método de trabajo (desafiando la cadena fordiana de producción necesaria para satisfacer pedidos, Hanks dibujaba, entintaba, coloreaba y era letrista de sus propios cómics) trabajó únicamente tres años en la industria, de 1939 a 1941, para después desaparecer por completo?

En entrevista con Radar, Karasik sostiene: “A comienzos de los 80, yo era el editor asociado de Raw (la mítica revista antología que publicó Maus, de su director Art Spiegelman, y redescubrió al genial Krazy Kat, de Herriman) y publicamos una historia de Hanks. No volví a pensar en él por 20 años, hasta que un amigo me envió un link a un cómic online de Hanks. Empecé a preguntarme si habría más historias, y comenzó una búsqueda nada fértil. Pero lo que sí descubrí fue una dirección de e-mail, de un tal Fletcher Hanks. Resultó que era su hijo, Fletcher Hanks Jr. Pautamos una entrevista y una vez que escuché la historia completa sobre Fletcher Hanks Sr., supe que tenía que convertir esto en un libro, que terminaron siendo dos y que compilan todas las obras conocidas creadas por Hanks”.

¿Qué fue aquello que terminó de convencer a Karasik de que había una historia que debía contarse? Básicamente, una sola cosa: Hanks Sr., el genio embotellado, no era otra cosa que un muy mal tipo, un tipo pésimo. Fue en principio una decepción similar a la que tuvo en su momento Robert Crumb el día que conoció al artista más asociado a Hanks, Chester “Dick Tracy” Gould, y éste comenzó a bramar comentarios xenófobos. Una decepción que resignifica cada una de las historietas de cinco páginas de Hanks.

Malcriado por su madre, que le financió un costoso curso de dibujo por correspondencia (en el que le hacían devoluciones de sus obras con observaciones sobre sus fisonomías fuera de borda), Fletcher Hanks (Oxford, Maryland, 1887) fue un bravucón violento y alcohólico y un pésimo marido y padre. Hanks Jr. recuerda cuando, a los cuatro años, su progenitor alcoholizado lo pateó escaleras abajo; y que al menos había tenido la gentileza de abandonar a su familia en 1930 y hasta el momento en que Karasik golpeó la puerta fue por décadas apenas un mal recuerdo. Durante algún tiempo, recordó Hanks Jr., “cada vez que paseaba por Nueva York y veía los vagabundos pensaba si alguno de ellos sería mi padre”.

Hanks Jr. desconocía incluso la carrera como historietista de su padre hasta su encuentro con Karasik. Al fin y al cabo, después de que un día se levantara y su chanchito con ahorros y su padre no estuvieran (“Pequeño precio a pagar para deshacernos de tamaño hijo de puta”, fue el aliento de mamá) y salvo por una vez que le pidió dinero, jamás volvió a tener contacto con él. Nada sabía de los trazos gruesos de papá (un poco obligación por el tipo de imprenta y otro por su potencia a la hora de la caricatura), de los absurdos planes de los villanos que inventó (“Nuestro rayo antisolar detendrá todo movimiento y por lo tanto destruirá el poder gravitatorio de la Tierra” o “Voy a convertir todo el universo en algo salvaje y primitivo”), de cómo el héroe o heroína de turno no sólo cambiaba de forma de viñeta a viñeta –casi de manera surrealista–.

Sus viñetas dieron lugar a postales que a veces parecían diseñadas por un Bosco a cuatro colores y plasmadas por el equipo de producción de Ed Wood. Pero el aspecto más fuerte en la obra de Hanks radicaba en su crudeza, en los castigos furibundos que administraba a los criminales.

Karasik sostiene: “Después de leer las historias de Hanks, uno obtiene una sensación espeluznante. Estos cuentos de retribución bienhechora son lúgubres, oscuros, poco felices. Al escuchar su biografía, lo espeluznante se magnifica. Se comienza a detectar una misantropía específica latiendo, burbujeando, bajo la superficie de estos trabajos. Basta ver cómo en muchos de los cuentos los humanos sufren tremendamente antes de que los villanos sean aprehendidos y castigados. Basados en lo que sabemos, uno puede asumir que los héroes de Hanks reflejan su misantropía, su disgusto general por la raza humana”.

Karasik repuso algo que le faltaba a la leyenda de Hanks: un rostro. ¿Cómo era posible que esas obras que se saltaron las convenciones del género no tuvieran rostro? A medida que Karasik se internaba en su historia, Hanks pareció convertirse más y más en el supervillano perfecto, uno que cumplía a rajatabla con aquello de que el mejor truco del Diablo fue convencer al mundo (del cómic) de que no existía. Hanks murió congelado en un banco de plaza de Manhattan, quebrado, probablemente borracho, una noche de 1976. Su familia en Oxford, Maryland, se enteraría recién meses después. Karasic le dedicó los libros a su hijo (que murió en 2008), que aparece en uno de ellos ejecutando una pequeña venganza, señalando con el índice extendido el dibujo de un hombre rubio y fornido, un extra de una viñeta de Hanks Sr., como diciendo: “Ese es mi padre”.

Fuente: Página/12

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