Crítica de cine: «X-Men Orígenes: Lobezno»
Koldo LANDALUZE
El sudafricano Gavin Hood, autor de la sobrevalorada «Tsotsi», no ha corrido excesivos riesgos a la hora de rodar esta vertiginosa montaña rusa que, al menos, no defrauda a quienes pretenden pasar un rato entretenido a golpe de testosterona y efectos digitales de última generación. La poderosa presencia de Hugh Jackman, auténtico jefe de pista en este circo virtual, es lo más reseñable en esta superproducción que nos acerca a los orígenes del atormentado mutante. Planteada a la manera de una tragedia de reminiscencias griegas, la historia incide en la variante antagónica de dos hermanos marcados por los poderes sobrenaturales que les otorgó la siempre caprichosa naturaleza. Dichos poderes serán utilizados por el estamento militar para colocarlos en primera línea de ataque en infinidad de conflictos bélicos. Los cuidados títulos de crédito aportan el «envoltorio» oportuno que requiere el dramático origen de un Lobezno-Jackman que recurre a su gesto más eastwoodiano a la hora de lucir sus garras y protagonizar todo tipo de acrobacias a lo largo de un metraje salpicado por los acostumbrados altibajos de una producción que, en momento alguno, se olvida de recordarnos su intención de prolongar la suculenta franquicia cinematográfica de esta saga basada en el cómic imaginado por el guionista Stan Lee y el dibujante Jack Kirby.
El enconado duelo entre Jackman y Liv Schreider acapara buena parte del interés de esta película visualmente impactante, a ratos mareante, y excesivamente superficial cuando los héroes se ponen tiernos o reflexivos.
Dejando a un lado la evidencia de los combates cruentos que animan la velada, cabe destacar el tono oscuro y pesadumbre que, a través de sus músculos cincelados, deja entrever un Jackman que se basta y sobra para gobernar por completo cada una de las secuencias en las que participa y que tiene, en la escena del Adamantium adueñándose de su fisonomía, uno de sus mejores y más logrados momentos.
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